martes, 8 de enero de 2008

La tristeza y la depresión infantil

Expresar sentimientos no es tarea sencilla. Los padres deben contribuir a que sus hijos aprendan a expresar sus sentimientos y emociones asegurándose de proporcionarles los modelos más adecuados de aprendizaje emocional y de expresión de sentimientos.

Este tipo de aprendizaje se realiza fundamentalmente en la familia porque los padres aman a los hijos y los hijos a los padres y esto es suficiente para iniciar el arte de comprender y sentir sus emociones. Este aprendizaje emocional se manifiesta en lo que los padres dicen y hacen y también en los modelos que les ofrecen para manejar sus propios sentimientos en pareja.

El PRIMER PASO para conseguir salir triunfantes en esta difícil tarea es ser capaces de escuchar con toda atención a los hijos, en cualquier situación y edad. Los padres deben transmitirles que sus sentimientos son tan importantes para ellos como para los padres.

Otro punto importante es no intervenir con palabras antes de que ellos hayan expresado totalmente sus inquietudes. Alguna expresión como “vaya”, sin emitir más palabras les dará espacio para comunicarse sin sentirse juzgados. Expresiones de este tipo manifiestan interés por lo que los hijos dicen; expresan que los padres les escuchan e intentan comprender; se trata, en definitiva de emitir respuestas abiertas (aspecto que trataremos en otro artículo).

En tercer lugar, hay que ayudarles a nombrar lo que sienten. Cuando los niños saben que son escuchados y comprendidos aprenden a fiarse de sus sentimientos, a manejar emociones como la tristeza, antipatía, vergüenza, ira o rechazo. Para tener éxito en las relaciones sociales es fundamental mantener el control de las emociones, por encima del carácter personal y ello se consigue si en la familia se lo facilitamos.

Según la profesora CARMEN HERRAR GARCÍA con los siguientes CONSEJOS PRÁCTICOS conseguiremos que los hijos lleguen a ser adultos emocionalmente estables:

1. Escuchar atentamente sin intervenir hasta el final.
2. Darle tiempo a que se explique y que llegue a sus propias conclusiones.
3. Conceder credibilidad y confianza a sus sentimientos: no recriminarle ni juzgarle.
4. No hacer juicios previos etiquetándole.
5. Ayudarle a nombrar lo que siente. Debe reconocer y diferenciar sentimientos: temor, ira, miedo, alegría, sorpresa, disgusto...
6. Promover en casa un ambiente general de escucha y respeto por los sentimientos de todos los miembros.


Si se observa el desarrollo emocional de los niños se pueden descubrir estadios iniciales de problemas que pueden llegar a ser serios. Hablamos de algunos síntomas como tristeza persistente, lloros. Esto puede ser una señal de alarma ante una depresión infantil, que diagnosticada tempranamente se podrá tratar con eficacia.

La DEPRESIÓN se puede definir como una situación afectiva de tristeza mayor en intensidad y duración que ocurre en un niño. Es una enfermedad causada por la condición depresiva persistente interfiriendo con la habilidad de funcionar del niño o adolescente.

Existe mayor riesgo de padecerla en niños que viven con mucha tensión o que han experimentado una pérdida traumática. También hay riesgo en niños que tienen desórdenes de la atención del aprendizaje o la conducta. Decíamos que es importante observar la conducta, o más bien, el cambio en la conducta para detectar posibles anomalías. Si un niño deja de jugar con sus amigos para pasar más tiempo sólo; si las cosas que le gustaban ya no le interesan o incluso si se empieza a portar mal en casa o en la escuela debemos dialogar de modo amigable con él para compartir lo que está experimentando y ayudarle.

Existen algunos síntomas que nos pueden dar la clave ante una depresión: tristeza, irritabilidad, anhedonia (pérdida del placer), llanto fácil, falta del sentido del humor, cambios en el sueño, baja autoestima, sentimiento de no ser querido, cambios de apetito y peso, hiperactividad e ideación suicida.

Además de los anteriores síntomas también pueden observarse conductas como las siguientes:

1. Quejas frecuentes de enfermedades físicas como dolor de cabeza y estómago.
2. Deterioro en los estudios o faltas en la escuela.
3. Falta de energía y aburrimiento persistente.
4. Concentración pobre.
5. Desesperanza.
6. Pérdida de interés en sus actividades favoritas; o inhabilidad para disfrutar de las actividades favoritas previas.
7. Aislamiento social, comunicación pobre.
8. Sensibilidad extrema hacia el rechazo y el fracaso.
9. Aumento en la dificultad de relacionarse, coraje u hostilidad.
10. Cambios notables en los patrones de comer y de dormir.
11. Hablar de o tratar de escaparse de la casa.

El diagnóstico y tratamiento temprano es esencial ya que es una enfermedad real que requiere tratamiento y ayuda profesional. Algunos niños admiten cuando se les pregunta que están tristes o que son infelices. De ahí la importancia de la familia para recoger las inquietudes emocionales de los hijos y como decíamos al principio, fomentar el clima apropiado para expresar sentimientos o estados de tristeza y poder afrontarlo.

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